La creación artística en tiempos de algorítmos: ¿obra o producto?
Las formas de producción y consumo masivo regulan el sistema cultural bajo la lógica del capital. La producción artística es bombardeada por las exigencias del mercado, la visibilidad y la validación social. Además la educación en este campo es domesticada en función de la maquinaria de la industria sin fomentar la experimentación y el pensamiento crítico o haciéndolo pero en función del mercado. ¿Cómo podemos imaginar una forma de creación que no reproduzca ni valide estas dinámicas?
El arte ha sido progresivamente absorbido por el mercado, transformándose en un bien de consumo más, donde la creatividad se somete a las exigencias de la rentabilidad. Así es que los creadores están sujetos a las mismas condiciones de explotación que cualquier otro trabajador: inestabilidad laboral, falta de derechos, dependencia de plataformas y empresas privadas que regulan el acceso a los circuitos de consumo. Se espera que produzcan constantemente, que generen "contenido" en lugar de obra, y que respondan a las demandas de un público moldeado por los algoritmos. Además, la constante presión por la novedad y la productividad impone un ritmo que atenta contra la experimentación artística. Esta lógica impone una serie de contradicciones: por un lado, la tecnología ha facilitado el acceso a herramientas de creación y difusión; por otro, ha intensificado la precarización de quienes viven del trabajo cultural.
Las redes sociales profundizan estas contradicciones. Una mayor difusión y democratización frente a una producción cultural sometida a una lógica de consumo instantáneo. Tendencias efímeras y métricas de interacción rigen la visibilidad y desplazan cualquier producción que no encaje en estos parámetros. Las obras deben ser de fácil acceso, rápidas, comprensibles al instante, sin dar lugar a la reflexión profunda. Esta presión empuja a moldear el trabajo en función de lo que es más rentable en términos de alcance y viralización. Entonces se plantea una paradoja: si decimos que el arte es una forma de resistencia, ¿puede resistir desde dentro de un sistema que todo convierte en mercancía?
Luis Camnitzer lo plantea con claridad: antes que artistas, somos seres éticos que diferencian el bien del mal, lo justo de lo injusto, no solo en el ámbito individual, sino en el colectivo. "Con el fin de sobrevivir éticamente necesitamos una conciencia política que nos ayude a comprender nuestro entorno y a desarrollar estrategias de acción. El arte se convierte en el instrumento que elegimos para poner en práctica esas estrategias" (Access to the Mainstream, julio de 1987). En este sentido, la creación no puede pensarse por fuera de sus condiciones materiales ni de las estructuras que determinan su producción y circulación.
Hay algo que está claro: quienes trabajan en la cultura deben ser considerados como cualquier otro trabajador. Esto es porque la producción cultural no se da en el vacío, ni es un acto individual. Ya lo dijo hace muchos años en su Manifiesto el poeta Nicanor Parra: “Los poetas bajaron del Olimpo”. El trabajo en la cultura responde a condiciones concretas y a un sistema de producción que la somete a las leyes del mercado. Sin embargo, mientras esto no cambie, el trabajo en este sector seguirá siendo visto como una actividad excepcional, donde la precarización se justifica ante la idea de la vocación; donde la estabilidad y el reconocimiento se reservan para quienes logran insertarse en los circuitos del éxito comercial, mientras el resto debe sobrevivir en la incertidumbre, dependiendo de subsidios, trabajos paralelos o precariedad estructural. ¿Quienes trabajan en la cultura deben seguir aceptando condiciones laborales desfavorables? ¿Seguiremos normalizando la idea de que el arte es un privilegio en lugar de un trabajo como cualquier otro? ¿Es posible exigir derechos laborales sin que esto sea visto como una amenaza frente al acto creativo?
En este contexto y desde nuestra perspectiva, creo importante distinguir entre “industrias culturales” e “industrias creativas”. Mientras las primeras —tal como la analizan Adorno y Horkheimer— remiten a un sistema que estandariza y mercantiliza la cultura para mantener el statu quo y reproducir la ideología dominante, la noción de “industrias creativas” surge en clave neoliberal para enmascarar esa misma lógica bajo un lenguaje de emprendimiento y autorrealización. En ambos casos, el arte se subordina a las reglas del capital, pero la industria creativa va un paso más allá: convierte al trabajador de la cultura en su propio empresario, individualiza la responsabilidad del éxito o el fracaso, y disimula la explotación tras la promesa de la innovación. Esta diferencia no es solo semántica, sino política, porque revela cómo el capitalismo ha aprendido a capturar incluso las formas simbólicas más críticas, transformándolas en mercancía rentable sin cuestionar el orden que las produce.
Son estas contradicciones —a las que nos enfrenta el mercado— las que revelan la necesidad de repensar el lugar del arte y la cultura en nuestra sociedad y el rol de quienes la producen. ¿Podemos salir de esta lógica mercantilista? ¿Es posible imaginar un modelo en el que el arte no dependa exclusivamente del mercado? ¿Qué caminos quedan para la producción cultural si no quiere ser simplemente otro engranaje del capital? Tal vez, la verdadera tarea del arte y la cultura no sea ofrecer respuestas, sino plantear algunas de las preguntas que nadie se atreve a hacer.
Diego Cubelli
Mayo de 2025